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RESIGNACIÓN, RENUNCIAMIENTO, ASCETISMO Y LIBERACIÓN
" (
)la victoria más grande
y trascendente que puede producir la tierra no es la del que vence al
mundo, sino la del que se vence a sí mismo."
Si lo que llena de dolor nuestra existencia explica Schopenahuer-
es la voluntad de vivir, entonces lo que hay que hacer es negar esta voluntad,
y salir así del remolino doloroso que nos impone.
Gracias a la conmiseración , el
hombre deja de hacer diferenciaciones egoístas entre él
mismo y los demás, reconociéndose a sí mismo en todos
los seres hasta el grado de reconocer como suyos los sufrimientos de todo
cuanto vive, llegando a ser caritativo hasta la abnegación y dispuesto
a sacrificarse por el bienestar de los otros.
Libre de todo egoísmo se vuelve insensible a las alternativas de
bienes y de males que aparecen en su destino. Todo cuanto vive, todo cuanto
sufre, está igualmente cerca de su espíritu. Percibe el
conjunto de las cosas en su eterno flujo: los vanos esfuerzos, las luchas
interiores y los sufrimientos sin fin inherentes a la vida. Observa por
todas partes al hombre sufrir, al animal sufrir y al mundo desvanecerse
eternamente. Y es a partir de ese momento que se une a los dolores del
mundo más estrechamente que el egoísta a su propia persona.
Schopenhauer sostiene que con tal "conocimiento" del mundo,
que conlleva el descanso de todo deseo, nadie puede preferir afirmar su
voluntad de vivir. Entonces la voluntad se aparta de la existencia, rechazando
todos los goces que la perpetúan. "El hombre llega entonces
al estado del renunciamiento voluntario, de la resignación, de
la tranquilidad verdadera y de la ausencia absoluta de voluntad."
De igual forma que el hombre fascinado por el egoísmo, no ve en
las cosas sino lo que le interesa, siempre tomando en ellas motivos renovados
para desear y querer.
"Mientras que el perverso, entregado por
la violencia de su voluntad y de sus deseos a tormentos internos continuos
y devoradores, cuando el manantial de todos los goces llega a secarse,
se ve reducido a apagar la sed con el espectáculo de las desventuras
ajenas; por el contrario, el hombre que está penetrado de la idea
de la dejación absoluta, cualquiera que fuere su desnudez, por
privado que esté exteriormente de toda alegría y de todo
bien, gusta, sin embargo, de pleno regocijo y goza de un sosiego verdaderamente
celestial (
) Lo que siente es una paz inquebrantable, un sosiego
profundo, una íntima serenidad, un estado que no podemos imaginar
sin aspirar a él con ardor, porque nos parece el único justo,
infinitamente superior a cualquier otro; un estado al que nos convidan
y llaman lo mejor que hay en nosotros y esa voz interior que nos grita:
Sapere aude. Entonces comprendemos bien que todo deseo cumplido, toda
dicha arrancada a la miseria del mundo, son como la limosna que sostiene
hoy al mendigo para que mañana se muera de hambre, al paso que
la resignación es como una tierra recibida por herencia, que pone
para siempre al abrigo de los cuidados al feliz poseedor."
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En este hombre, que ha dejado querer "la vida se torna una débil
apariencia semejante a un sueño matinal y acaba por difuminarse
como éste mediante una inadvertida transición."
La voluntad se aquieta, extinguiéndose al punto de sólo
conservar la mínima indispensable para mantener la propia vida
y existir "como un espejo del mundo que nada enturbia."
Pero sólo un número reducido de hombres tienen la disposición
de espíritu necesaria para poder acercarse a esta vía; y
a los que logran acercarse, siempre se les presentan asechantemente los
momentos de placer, el atractivo del deseo, la confianza de la esperanza,
etc., como eternos obstáculos al renunciamiento de sí mismos.
Por eso es necesario para que la voluntad llegue al renunciamiento de
sí misma, que un inmenso sufrimiento la destroce.
Aunque esto no es garantía, ya que podemos recaer como quien ya
sano vuelve a enfermar crónicamente, puesto que la negación
de la voluntad, no es un bien definitivamente adquirido, y más
bien hay que reconquistarlo siempre.
Cuando el individuo ha recorrido todos los niveles de la angustia, después
de haber opuesto una resistencia absoluta, y toca el abismo de la desesperación,
se reconcentra repentinamente dentro de sí mismo, se conoce y conoce
al mundo, transformándose, elevándose sobre sí mismo
y sobre el sufrimiento.
"Purificado entonces, santificado en cierto
modo con un sosiego y una felicidad inquebrantables, con una elevación
inaccesible, renuncia a todos los objetos de sus deseos apasionados y
recibe la muerte con alegría. De la purificadora llama del dolor
brota repentinamente, cual pálida luz, la negación de la
voluntad de vivir, o sea, la libertad de este mundo."
Su voluntad se convierte: ya no se afirma a sí mismo sino que niega
su propia voluntad.
"Ya no se contenta con amar al prójimo
como a sí mismo ni hacer por los demás lo que haría
por sí, sino que nace en él un horror hacia ese ser, cuya
manifestación es su persona, la voluntad de vivir, esencia y elemento
interior de un mundo que considera como un tormento."
Las disposiciones para querer son ahogadas deliberadamente, sometiéndose
a no hacer nada de lo que se quiere y hacer lo que no se quiere, aunque
el único motivo sea mortificar su voluntad.
Una vez abrazado el ascetismo
, el hombre cesa de querer, huye de encariñarse, y practica la
indiferencia en todo y por todo, reniega de la voluntad, somete su cuerpo
embustero, huye de la satisfacción sexual
y alcanza la pobreza voluntariamente, para evitar que nuestra voluntad
se excite con los goces de la vida, cayendo de nueva cuenta en el círculo
vicioso del querer.
El daño producido por el azar o la crueldad de los hombres, la
ignominia, las ofensas, etc., servirán al hombre para darse cuenta
de que no afirma la voluntad de vivir; volviéndose estas afrentas
la corona que premia la negación de la voluntad. De ahí
que se soporte "la humillación y
el dolor con inagotable dulzura, pagando el mal, sin ostentación,
con el bien y extinguiendo en él mismo el fuego de la ira así
como el de la concupiscencia."
"A él (al asceta) ya nada le puede
agitar, pues ha cortado los mil lazos con que la voluntad nos ata a la
tierra y que bajo la forma de concupiscencia, de miedo, de envidia o de
cólera, nos conmueve en todos sentido. Contento y risueño
mira ya esos espejismos terrenales que antes tanto le conmovían
y agitaban y que ahora le dejan indiferente, como las piezas del ajedrez
después de la partida, o como los trajes de máscaras arrojados
por la mañana en el guardarropa después de haber palpitado
bajo ellos la noche de carnaval. La vida y sus formas flotan ante nuestros
ojos como sombras fugitivas, como ante los del durmiente al despertar
flota el ensueño ligero de la mañana a través del
cual se dibuja ya la realidad y que por lo mismo no puede engañarle.
Al igual que este ensueño, la vida misma se desvanece suavemente."
El hombre que ha quebrantado su voluntad, espera con calma y seguridad,
el fin de su vida privada ya de sus engañosos incentivos; y cuando
la muerte llegue por fin a cobrar su deuda, la recibirá, con júbilo
y con el corazón satisfecho, como una redención ardientemente
deseada, y la saludará como quien saluda a la libertad.
El ascetismo (inmolación reflexiva de la voluntad egoísta)
se enlaza estrechamente con el quietismo (renunciamiento a todo) y el
misticismo (conciencia de la identidad de su ser con el conjunto de las
cosas y el principio del universo). Cualquiera que cultiva una de estas
tres disposiciones se ve atraído hacia las otras dos en cierto
modo.
"Lo confesamos: lo que queda después de la supresión
total de la voluntad no es absolutamente nada para todos aquellos que
están ávidos aun de querer vivir: es la nada. Pero también
para aquellos en quienes la voluntad ha llegado a apartarse de su objeto
y negarse a sí misma, ¿qué es nuestro mundo, que
nos parece tan real, con todos sus soles y sus vías lácteas?
Nada."
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