Nacido en la isla de Samos en el 341 a. de C., Epicuro, rodeado de unos
cuantos amigos y discípulos, fundó una comunidad filosófica
en una casa situada entre Atenas y el Pireo, donde se dedicó
a enseñar su filosofía del jardín
hasta su muerte, acaecida en el año 270 a. de C.. Prolífico
escritor, no conservamos de sus obras más que tres cartas: A
Heródoto, A Meneceo, y Carta a Fitocles.
La finalidad de su filosofía no era, sin embargo, meramente teórica,
sino eminentemente práctica, encaminada sobre todo a procurar
el sosiego necesario para una vida feliz y placentera en la que
los temores al destino, los dioses o la muerte
quedaran por siempre eliminados. Para ello se apoyó en una teoría
del conocimiento empirista, en una física atomista
y en una ética hedonista.
Gnoseología epicúrea
Epicuro sostuvo que el origen y el fundamento de nuestro conocimiento
era la sensación (aisthesis), causada por la acción
de objetos externos corpóreos, los cuales producen en nosotros
una impresión sensorial (phantasía). El
origen de la Phantasía es mecánico: consiste fundamentalmente
en un conjunto de átomos que penetra en nuestros órganos
sin modificarlos y que son emitidos por la superficie (atómica)
exterior de los cuerpos. Tales "efluvios atómicos"
crean una imagen exacta de los objetos; clara y distinta si la
fuente emisora está cercana y no hay interferencias, y borrosa
y engañosa si el cuerpo emisor está lejos o se produce
algún error de emisión o interrupción.
No obstante, la sensación no es considerada como conocimiento
racional (nous). Para que éste se produzca, las impresiones
han de ser ordenadas, clasificadas y distinguidas entre sí a
través de la prolépseis o de los preconceptos,
que son imágenes mentales generales construidas a partir de la
continuada repetición de impresiones semejantes. La prolépseis
es el fundamento de los juicios y del lenguaje, instrumento
que sirve para nombrar los preconceptos.
El criterio para distinguir lo la verdad de la falsedad se fundamente,
radicalmente, en la impresión sensorial, ya sea externa
o interna. Todo concepto que no proceda de una impresión será
rechazado como falso, estimándose su claridad y distinción
prueba directa y evidente de su certeza.
El empirismo de Epicuro no se extiende, sin embargo, a otros tipos de
imágenes como los sueños, las visiones o las alucinaciones.
Éstas no se fundamentan ya en objetos reales ni en una actividad
interna de la mente, sino que son producidas por efluvios casuales
de átomos combinados aleatoriamente. Las ideas sobre los dioses
serán incluidas en idéntica jerarquía: efluvios
sutiles de la divinidad.
La física atomista de Epicuro
Epicuro elaboró una nueva física o "conocimiento
verdadero de la naturaleza de las cosas" en clara deuda con
el atomismo de Demócrito y Leucipo. Según
se desprende de sus escritos, todos los cuerpos del universo de los
que tenemos conocimiento sensorial son compuestos de dos elementos:
unos indivisibles, simples e inmutables que se mueven azarosamente,
los átomos y el elemento que los delimita y permite sus
movimientos: el vacío.
La diversidad de seres se explica por la diversidad de átomos
que constituyen el compuesto: aun siendo la unidad mínima material,
los átomos no son iguales; varían sus tamaños,
formas y pesos, es decir: cualitativamente son heterogéneos.
Esta última característica origina que sus movimientos
naturales sean "hacia abajo". El peso es condición
necesaria para el movimiento.
Ahora bien, ¿Cómo se explica entonces que se hayan creado
los cuerpos como agregados de átomos si sus movimientos
naturales son rectilíneos hacia abajo? Epicuro introduce un elemento
de indeterminación. Debido a su peso los átomos
se desvían impredeciblemente de su curso, chocando y entrelazándose
unos con otros hasta formar un compuesto temporal y aparentemente estable.
Esta "desviación" es accidental, lo que apoya
su tesis de que la naturaleza no se rige por leyes necesarias, sino
fortuitas.
La física de Epicuro elimina todo teologismo y finalismo,
fortaleciendo el propósito de su filosofía: liberar a
los hombres de los terrores al designio divino, la muerte y el destino.
El universo no posee finalidad alguna, siendo todo fruto del azar.
Antropología de Epicuro
Aunque Epicuro socavó los fundamentos de la religión popular
griega, no era, sin embargo, ateo. Aceptaba la existencia de
los dioses por la universalidad y naturalidad de su creencia, que él
sustentó en un hecho empírico: la generalización
de la creencia proviene de efluvios atómicos que emanan de los
dioses mismos y que penetran, no en nuestros órganos, sino directamente
en nuestra mente por su mayor sutilidad. Mas esto no implica que los
dioses puedan actuar sobre el mundo natural y humano. Al contrario,
los dioses son absolutamente indiferentes y están libres de toda
perturbación o pasión. Nada de este mundo les incumbe
y por lo tanto, tampoco deben ser de incumbencia humana. Ni siquiera
el hecho de morir ha de causarnos desasosiego. El alma (psiché)
no existe ni podrá subsistir independientemente del cuerpo porque
es un conjunto de átomos ínfimos distribuidos a través
de todo el organismo. La muerte es el cese de esa unión, por
lo que es imposible su inmortalidad o la transmigración. En este
sentido, la teoría epicúrea mantiene bastantes semejanzas
con la aristotélica.
Epicuro está intentando construir una filosofía terapéutica
capaz de ayudarnos a alcanzar la paz y la imperturbabilidad de espíritu.
Su ética hedonista, que tantos malentendidos causaría
por fundamentarse en el placer, proponía una guía
para la acción y la vida feliz.
Si el máximo bien que un hombre puede alcanzar es la felicidad
(eudaimonía), ésta se identifica con el placer,
entendido como la total ausencia de dolor. Ahora bien, no todos
los placeres han de ser escogidos, ya que algunos pueden producirnos,
a la larga, dolores mayores. Ha de hacerse un sabio cálculo entre
las ventajas y desventajas para conseguir un máximo de placer
y un mínimo de dolor, utilizando las virtudes como medios, no
como fines (telos), para alcanzar la felicidad.
La prudencia es la guía del placer, porque permite
llevar a cabo un cálculo óptimo.
La moderación es deseable porque nos proporciona
un estado de imperturbabilidad (ataraxia), al eliminar
deseos artificiales y necesidades creadas. Cuantos menos deseos tengamos
y más sencillos y naturales sean, más fácil será
satisfacerlos y vencer el dolor, que , en definitiva, es el que establece
la magnitud del placer.
El coraje o la fortaleza nos permite liberarnos del miedo
y la ansiedad, así como superar todos los males inevitables que
nos acaezcan, corporales (enfermedad, muerte, etc.) o anímicos
(tristeza, miedo al destino, a los dioses, etc.).
De entre todas las virtudes la más elogiogiada por Epicuro es
la amistad, no sólo por el enriquecimiento y la satisfacción
personal que otorga, sino porque supone el origen de la justicia
social, concebida como un pacto de "no dañar ni ser dañado"
en el que se fundamenta, en definitiva, toda sociedad.
Epicuro desafió las convenciones sociales de su época,
desdeñando la intrigante vida política, la sobrevaloración
ingenua de la riqueza y el poder, como medios inútiles de alcanzar
la felicidad. Muy molesta fue su crítica contra la esclavitud
y las desigualdades entre hombres y mujeres e incluso entre griegos
y "bárbaros". A su Jardín, más una comunidad
de amigos que una academia en sentido estricto, podía acceder
cualquier persona independientemente de su origen social, raza o sexo,
porque el bien nada sabe de esas distinciones. En una época
de gran inestabilidad y angustia personal, su Jardín debió
ser un apetecible y acogedor refugio.
Elena Diez de la Cortina Montemayor